Las bibliotecas "públicas" de Roma. Los príncipes mecenas.

Incluso en la Roma del siglo I a.C., un periodo marcado por guerras civiles y disputas facciosas por el poder, algunos individuos conseguían dedicar tiempo no solo a la política, sino también a las exigentes tareas del saber. Marco Terencio Varrón fue uno de ellos. Reconocido como uno de los más importantes intelectuales de su época, fue designado por Julio César como colaborador en un importante proyecto cultural. 

En un arranque de evergesía, y animado sin duda por su estancia en Pérgamo, cuya biblioteca había examinado, el dictador quiso proyectar junto al antiguo lugarteniente de Pompeyo la que sería la primera biblioteca pública de la ciudad de Roma. Sin embargo, el magnicidio de las Idus de marzo y las subsiguientes proscripciones frustraron la culminación del proyecto a cargo de Varrón.

La iniciativa, no obstante, sobrevivió bajo otra forma gracias al patronazgo de Cayo Asinio Polión. La biblioteca proyectada por este político cesarista estuvo integrada, según Isidoro de Sevilla “por obras tanto griegas como latinas; las imágenes de muchos escritores aparecían expuestas en su atrio, que había adornado con la mayor magnificencia con obras procedentes de compras de botines” (Etimologías, VI 5). El hispalense alude aquí a la campaña de 39 a.C. en Iliria, emprendida por el Segundo Triunvirato contra los partinos, pueblo aliado de la facción republicana liderada por Marco Junio Bruto, uno de los asesinos de César. Tras su victoria en esta región de los Balcanes, Polión recibió un triunfo y destinó parte del botín obtenido a la construcción de la biblioteca.

Polión demostró su predilección por el mecenazgo en numerosas ocasiones. Como gobernador de la Galia Cisalpina, acudió en auxilio de Virgilio tras la confiscación de sus propiedades en Mantua (42 a.C.), facilitándole el acceso a los círculos de Augusto y de Mecenas. En señal de gratitud, el poeta le dedicó la Égloga IV. Así, Polión se convirtió, de forma indirecta, en el artífice de la incorporación del escritor mantuano al poder y, en última instancia, del surgimiento de la Eneida, obra cumbre del proyecto cultural augusteo.

Pues, Polión, en tu consulado comienza esta noble era,  

y los nobles meses inician su curso:  

cualquier vestigio de nuestros males que aún persista será borrado,  

mientras tú gobiernes y liberes a la tierra del temor eterno.  

(Virgilio, Égloga IV, 11–16)

Virgilio en el campo, por Henri Delaborde (1845).

Virgilio en el campo, por Henri Delaborde (1845).

La biblioteca de Asinio Polión fue ubicada en el edificio del Atrium Libertatis, sede de los censores encargados de custodiar los registros públicos. Esta biblioteca albergaba las principales obras de la literatura grecorromana, entre ellas las del aún vivo Varrón, a quien también se le dedicó uno de los numerosos bustos que adornaban el complejo (Plinio, Historia Natural VII, XXX, 115). La biblioteca estaba ricamente decorada con esculturas, medallones e inscripciones que debían otorgar al visitante una grata experiencia estética. Aunque de carácter privado, los hallazgos realizados en La villa de los papiros de Pompeya reflejan esta profusión artística que caracterizó la decoración de las bibliotecas romanas. En concreto, la de Calpurnio Pisón, sepultada bajo el flujo piroclástico, contenía estatuas muy variadas y de gran calidad, como una imagen arcaizante de Atenea Prómacos o la representación más vulgar del dios Pan copulando con una cabra. 


Plinio, haciendo referencia a la poca fama que recabó Pompeyo Saturnino como escritor, resaltó con ironía que “si ya estuviera entre los muertos, buscaríamos con avidez no solo sus libros, sino también sus bustos” (Epist. I, 16.8).

En las bibliotecas romanas, los rollos de papiro (volumina) eran guardados en nichos. Los códices de pergamino se colocaban en armarios, ocasionalmente empotrados en la pared, donde los documentos estaban protegidos de la humedad. También conocemos que los visitantes podían consultarlos sentándose en uno de los plutei o escritorios a su disposición en la biblioteca. Tal era la organización de la Biblioteca Palatina de Roma, construida a instancias de Augusto en el 28 a.C. en el lugar donde Rómulo fundó Roma, junto al templo del dios predilecto del princeps: Apolo. Adyacente a las residencias de Augusto, parecía formar parte de su espacio personal, proponiendo una vez más la cultura como extensión del control ideológico –aspecto nada desconocido para el escrupuloso príncipe–.

Más tarde, en el siglo II a.C., la nivelación de terreno demandada por la construcción del Foro de Trajano hizo desaparecer el edificio del Atrium libertatis, y con él, la pionera biblioteca de Asinio Polión. Pero no del todo: parte de sus fondos pasaron a formar parte de la impresionante Biblioteca Ulpia.

Fundada por Trajano en el 114 d.C., esta biblioteca mantenía la estructura dual griega/latina de sus predecesoras e incluía nichos para los rollos de papiro, estatuas y altas bóvedas que permitían la entrada de luz natural. El suelo estaba revestido con granito egipcio gris, atravesado por las características vetas doradas del mármol númida, mientras que las paredes se cubrieron con láminas de pavonazzetto, un mármol proveniente de Frigia. Desde el pórtico, aislado del exterior por pantallas de bronce, se podía contemplar la base de la Columna Trajana, erigida en honor a la victoria de Trajano sobre los dacios. En suma, se trataba de una construcción que reflejaba un imperio en su máximo esplendor, preocupado por embellecer sus centros culturales y dotarlos de un patrocinio digno de su grandeza.

La biblioteca Ulpia fue una de las pocas en sobrevivir a la caída del Imperio de Occidente. Todavía en el s. VI se recitaban obras de Virgilio junto al Foro de Trajano.

Reconstrucción virtual de la Biblioteca Ulpia

Al igual que Trajano, quien celebró sus victorias mediante un programa de embellecimiento urbano, el emperador Vespasiano vinculó su biblioteca al Templo de la Paz, levantado tras su triunfo en la guerra judeo-romana (70 d.C.). También hubo bibliotecas en el Pórtico de Octavia, en el Templo de Augusto y en la Domus Tiberiana. La Biblioteca Capitolina y la del Templo de Esculapio completan la lista. Todas compartían características comunes, como su ubicación en espacios sagrados y monumentales, generalmente cerca de templos o áreas públicas asociadas al poder imperial. Además, estas bibliotecas eran financiadas con fondos públicos y enriquecidas con botines de guerra.

¿Eran realmente públicas las bibliotecas romanas? 

La investigación parece sugerir lo contrario. Aunque Roma era una de las sociedades antiguas con mayor nivel de alfabetización,  este difícilmente superaba el 15 %, lo que hacía que las bibliotecas fueran, en la práctica, inútiles para la mayoría de la población. Quedaban así reservadas a una élite de eruditos, literatos y libreros que solían contar con sus propias colecciones privadas, por lo que no dependían de estas instituciones.

Dejando de lado estas consideraciones, lo cierto es que las bibliotecas se consolidaron como centros de intercambio cultural donde se desarrollaban debates enriquecedores en torno a la literatura y el saber. Un ejemplo de ello lo ofrece Aulo Gelio:

Estando yo sentado en la biblioteca del templo de Trajano, buscando otra cosa, cayeron en mis manos los edictos de los primeros pretores, y me pareció conveniente leerlos y familiarizarme con ellos. Luego encontré esto, escrito en uno de los edictos anteriores: “Si alguno de aquellos que han contraído contratos públicos para limpiar los ríos de redes es presentado ante mí y se le acusa de no haber hecho lo que por las condiciones de su contrato estaba obligado a hacer”. Entonces surgió la pregunta de qué significaba “limpiar de redes”. Entonces, un amigo mío que estaba sentado con nosotros dijo que había leído en el séptimo libro de Gavio Sobre el origen de las palabras que aquellos árboles que sobresalían de las orillas de los ríos o que se encontraban en su lecho se llamaban retae, y que su nombre provenía de las redes, porque obstruían el paso de los barcos y, por así decirlo, los enredaban”. (Noches Áticas, XI, 79).

Por encima de todo, las bibliotecas eran un símbolo del poder imperial. Ricamente decoradas, su arquitectura lujosa –con materiales exportados de todos los rincones del imperio–, sus costosos libros y su decoración propagandística funcionaban como una alusión constante a la condición de los emperadores como patrones de la cultura, exaltando su gloria y los sacrificios económicos que realizaban en favor del pueblo romano. Puede que un accesorio más de la propaganda imperial, pero también un primer paso en el proyecto de (re)valorización de la literatura latina, que inauguraba con el Principado una nueva y estimulante etapa.


Bibliografía

Boyd, C.E. (1915). Public Libraries and Literary Culture in Ancient Rome. Chicago: University of Chicago Press.

Dix, T. K. (1994). ““Public Libraries” in Ancient Rome: Ideology and Reality.” Libraries & Culture, 29(3), 282–296.

González Marín, S. (2014) ‘Las primeras bibliotecas públicas en Roma y su impacto en la concepción de la literatura latina’, Revista de Estudios Clásicos, 41, pp. 205–223. 

Packer, J.E., 2001. The Forum of Trajan in Rome: A Study of the Monuments in Brief. Berkeley: University of California Press.

https://www.bne.es/es/comment/reply/node/14973/field_comentarios

https://penelope.uchicago.edu/~grout/encyclopaedia_romana/imperialfora/trajan/bibliotheca.html




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